Vila Manual de Homilética

Vila Manual de Homilética es 16 capítulos sobre como hacer sermones para predicar, por el famoso predicador Samuel Vila.

Contenido de Vila Manual de Homilética

001 Introducción
002 Prólogo a la cuarta edición
01 El Tema
02 Sermones Textuales
03 Sermones Temáticos
04 Subdivisiones del Sermón
05 Buscando Material para el Sermón
06a Sermones expositivos
06b Sermones expositivos
07 Ordenación del sermón
08 La Introducción al sermón
09 La Conclusión del sermón
10 Clases de estudio Bíblico
11 El Uso de Ilustraciones
12 El Estilo de la Predicación
13 La Preparación del Sermón
14 Elocuencia y Retóíca
15 La elocución del sermón
16 La Actitud y el Gesto



Capítulo de ejemplo desde Vila Manual de Homilética

Capitulo 11
El uso de ilustraciones

Las imágenes son para el discurso lo que las ventanas para una casa: hacen entrar la luz del argumento en las mentes más obtusas, a quienes las ideas abstractas resultan pesadas y a veces incomprensibles.

El ejemplo de Jesús nos autoriza y estimula para el empleo de ilustraciones en la predicación. Hasta la cara de los pequeños se ilumina cuando el predicador empieza a contar alguna anécdota para ilustración de su sermón.
Pero, aun cuando las ilustraciones son de tan grande utilidad, no se debe abusar de su uso. Hay sermones que resultan enflaquecidos por un exceso de metáforas o anécdotas. Dicho uso excesivo puede hacer que la gente preste demasiada atención a las anécdotas y olvide los argumentos y exhortaciones del sermón. Debemos recordar que nuestro objeto no es entretener o divertir a las personas sino hacerles sentir las verdades espirituales. Volver el espíritu de nuestros oyentes del objeto principal del sermón para fijarlo en imágenes complacientes puede resultar perjudicial.

Las anécdotas han de ser usadas únicamente en los lugares apropiados y deben ser ellas mismas adecuada ilustración del argumento que se viene exponiendo. No hay nada peor en un sermón que una anécdota colocada forzadamente en algún lugar que no le corresponde.

Si no tenemos ninguna anécdota bien adecuada e ilustrativa no usemos ninguna. Es mil veces preferible un sermón con pocas o ninguna anécdota que un sermón repleto de ilustraciones que o encajan con el argumento.

ANÉCDOTAS HUMORÍSTICAS

No está proscrito el uso de anécdotas humorísticas; al contrario, éstas son las más gratas y mejor recordadas; pero debe tenerse sumo cuidado en que no traspasen el límite del humor; que no sean chabacanas o triviales. El pulpito es un lugar sagrado a los oyentes que acuden a escuchar la Palabra de Dios esperan recibir pensamientos dignos y de acuerdo con el propósito a que está destinado.

Un ejemplo de anécdota humorística, pero adecuada, es la del salvaje que acudió acongojado al misionero porque su perro había devorado algunas hojas de la Biblia, y al decirle éste que la pérdida no era tan considerable porque podía ofrecerle otra Biblia por poco dinero, el salvaje replicó que lo que sentía no era la pérdida del libro, sino del perro, ya le había observado que este libro tiene la virtud de hacer volver mansas a las personas, y temía que dicho efecto se produjera en su magnífico perro cazador.



COMO REFERIR ANÉCDOTAS

Lo más esencial en las anécdotas es el modo en que son contadas. Una anécdota excelente puede producir muy poca impresión a los oyentes si es contada con indiferencia. El buen narrador de anécdotas debe mostrarse él mismo interesado en lo que cuenta y mantener el interés del auditorio contando los incidentes de la anécdota por orden sin adelantarse a revelar el «final» del caso, para que se mantenga latente el espíritu de sorpresa. Adelantar un solo detalle de una anécdota puede estropearla completamente, pues la gente ya no escucha con interés cuando conoce el desenlace.

Evítese, por lo tanto, el anunciar desde el principio el final de la historia; por ejemplo: Hay una anécdota muy ilustrativa acerca de la fe. Se trata de un niño que es invitado a lanzarse en los brazos de su padre desde el balcón de una casa que está ardiendo. El niño, azorado, no distingue al padre en la oscuridad de la estrecha calle, pero el padre puede ver al niño a la luz de las llamas que salen de las ventanas altas del edificio, y por fin éste se decide a dar un salto en el espacio vacío confiando en la palabra del padre, para encontrarse pronto a salvo en los fuertes brazos de éste.

Al explicar esta anécdota hay que hacer vibrante el caso, poniendo algunas pinceladas que hagan a los oyentes ver en su imaginación la casa ardiendo y el angustioso movimiento del vecindario. Es indispensable, asimismo, referir en forma de diálogo la conversación que tendría lugar entre padre e hijo, hasta que el público dé un suspiro de alivio al oír cómo el niño cayó sano y salvo en los brazos de este último.

Evítese absolutamente decir: «Lo que estoy diciendo acerca de la fe tiene mucho parecido con el caso de un niño que fue salvado por su padre, el cual le invitaba a lanzarse a sus brazos desde el balcón de una casa que estaba ardiendo.» Este modo indiferente de explicar la anécdota no da una impresión viva del caso y suprime totalmente el elemento de sorpresa al anunciar desde el principio que el niño fue «salvado» por su padre. Procúrese que la gente no sepa si el niño fue salvado o pereció entre las llamas hasta que oigan el final.

Sin embargo, la anécdota no debe ser contada con tantos detalles hasta el punto de convertirla en una larga historia que haga olvidar a los oyentes la parte argumentativa del sermón. Dense solamente aquellos detalles que puedan aumentar el interés de la narración, y ninguno más.

COMO INTRODUCIR LAS ANÉCDOTAS

Parece de poco interés, y sin embargo es muy importante, la forma de empezar a referir la anécdota. Hay predicadores que tienen siempre una misma forma: «Recuerdo haber leído…» A la gente no le interesa si el predicador ha leído la anécdota o la oído contar. Y todavía es peor cuando el predicador dice: «Recuerdo haber leído en un libro…», es todavía menos importante para el público si lo ha leído en un libro o en una revista. Evítense cuidadosamente en los sermones estas frases ociosas el sermón resultará más corto e interesante. Es mucho mejor empezar diciendo: «En cierta ocasión ocurrió tal o cual cosa», o bien: «Existía en el país tal o cual.» Este detalle no es ocioso, pues la gente le gusta que le cuenten historias verdaderas y la referencia de donde tuvo lugar el incidente, cuando es posible darla, aumenta el interés del caso.



ANÉCDOTAS PERSONALES

En mayor medida se acrecienta el interés del público cuando el predicador puede contar algún caso vivido por él mismo. Los grandes predicadores tienen generalmente un arsenal de incidentes de su vida que usan como ilustraciones de sus sermones. Sin embargo, debe evitarse cuidadosamente la pedantería al referir tales casos y el uso excesivo del pronombre personal. Procúrese sustituirlo tanto como se pueda por el plural, si en el hecho han intervenido varias personas, pues ello dirá mucho en favor de la modestia del predicador.

Otro peligro al contar anécdotas personales es el de referir casos triviales o poco ilustrativos, por el prurito de hablar el predicador de sí mismo. Un incidente que al que lo ha vivido puede parecerle muy chocante e interesante, puede resultar intrascendente y aburrido para el que lo oye contar. Pero nunca lo será para un auditorio inteligente, si el caso ilustra verdaderamente el argumento o contiene una evidente lección moral o espiritual.

DISTRIBUCIÓN DE LAS ANÉCDOTAS

Las anécdotas deben ser bien distribuidas. Es magnífico el sermón que puede tener una anécdota para ilustrar cada uno de sus puntos principales. Es mucho mejor si la anécdota puede ser puesta al final del punto; pero no siempre es posible. Muchas veces se nos ocurren anécdotas que ilustran un punto secundario o una frase del sermón. Evítese, empero, poner una anécdota para ilustrar una simple frase, si ésta no es muy importante y contiene la esencia de un punto del sermón. En tal caso parece puesta solamente para dar lugar a la anécdota.

Tiene que ser la anécdota para el sermón, y no viceversa. ¿Pueden usarse dos anécdotas para ilustrar un mismo pensamiento? Sí, pero de ningún modo deben ser contadas una tras de otra. El poder del Evangelio para transformar las almas puede ser bien ilustrado por la antes referida anécdota del salvaje y su perro, y también por algún caso de conversión, por ejemplo el de «El borracho de nacimiento», quien después de convertirse, vendiendo periódicos en una taberna, fue invitado por sus antiguos compañeros, y al negarse a beber le arrojaron la cerveza en la cara diciéndole: «Si no por dentro, por fuera.» El hombre, arremangando un brazo, les mostró sus fuertes músculos y dijo que en otro tiempo habría empezado una pelea, pero ahora no hacía sino perdonarles y así se limitaba a enjugarse la cara, encomendándoles a la gracia y misericordia del Señor.

Si contásemos la segunda anécdota inmediatamente después de la primera mientras aún se conserva el sentimiento de hilaridad en el auditorio, se perdería totalmente el sentido de importancia de esta segunda. Pero si después de contar la primera decimos: tenía razón el pobre salvaje, pues ciertamente Dios es todopoderoso para transformar a las almas haciendo de los leones corderos, pues como dice el apóstol, si alguno está en Cristo, nueva criatura es, etc;», el público estará preparado por estas sencillas frases para oír la historia del bebedor convertido, lucho más que si pasásemos de la primera anécdota a la segunda con un simple:

«También recuerdo el caso de un hombre totalmente entregado a la bebida, etc.»

Spurgeon dice: «Es feliz el predicador que encuentra una anécdota para el final de su sermón, una historieta o ejemplo que haga viva y patente la enseñanza del mismo.» Este es el hermoso ejemplo que hallamos al final del Sermón del Monte, sin la parábola del hombre que edificó su casa sobre la peña.

COMO ARCHIVAR ANÉCDOTAS

Para disponer de anécdotas ilustrativas y adecuadas es necesario tenerlas archivadas de antemano, ora en el cerebro, quien posea tan privilegiada memoria, o en un índice. Rebuscar libros y revistas en busca de anécdotas en el mismo momento de preparar el sermón es una pérdida de tiempo que ningún predicador ocupado puede permitirse, y en la gran mayoría de los casos no da resultados satisfactorios. Por esto es aconsejable tener un índice bien clasificado.
La clasificación de anécdotas no es tarea sencilla y no puede darse acerca de ello una norma fija, ya que cada predicador suele tener sus peculiaridades de pensamiento, pero puede servir de pauta la clasificación siguiente:
CRISTO. — Ilustraciones sobre su: Amor. Sacrificio. Sustitución. Perdón.
PECADOR. — Ejemplos de: Degradación moral. Ignorancia. Resultado del pecado.
SALVACIÓN. — Medio o condiciones para obtenerla: Arrepentimiento. Fe. Abandono de impedimentos. Peligros de la indiferencia y tardanza. Su valor. Su alcance.
BENEFICIOS DEL CRISTIANO. – Seguridad de la salvación. Cuidado y protección divina. El Cielo. Lechos de muerte de creyentes.
FRUTOS DEL CRISTIANISMO. — Pasivos: Humildad. Verdad. Paciencia. Gratitud. Obediencia. Etc. Activos: Testimonio. Mayordomía cristiana. Filantropía.
ORACIÓN. — Condiciones: Fe. Santidad. Sinceridad. — Respuestas: Inmediatas. Diferidas.
BIBLIA. — Su influencia sobre individuos. Sobre naciones. Ejemplos de amor a la Sagrada Escritura. Informes acerca de la Biblia.
ATEÍSMO. — Ilustraciones sobre lo razonable de la fe. Resultados del ateísmo.
ROMANISMO. — Papas. Intolerancia. Imágenes, purgatorio. Indulgencias. Etc.

Puede reservarse una o varias páginas de una libreta para cada título según las probabilidades que existan de hallar anécdotas sobre cada clasificación, nótese el título, y si éste no es bastante definido, añádase una frase que sintetice o recuerde la anécdota y a continuación el libro o revista y página donde se encuentra. (El libro Enciclopedia de Anécdotas e Ilustraciones, recientemente publicado por Editorial CLIE, contiene un plan clasificación de anécdotas que puede ser seguido o imitado, al archivo de nuevas anécdotas, además de las 1.314 que tiene el referido volumen).

A menos de sernos muy familiar una anécdota y haberla contado muchas veces (lo que debe evitarse cuando se habla a un mismo público), es conveniente tenerla cada vez de nuevo, a fin de poder referirla con la necesaria seguridad de detalle y vivacidad de estilo.


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