Ironside, H.A. – Exposición De Romanos

Exposición De Romanos
por Dr. Harry A. Ironside

Este comentario es breve, y Ironside (Brethren-Hermandad) nos presenta buenas explicaciones.

Contenido

El Tema y su Análisis
DIVISION I: Doctrinal, Capítulos 1 – 8: la justicia de Dios revelada en el Evangelio
Salutación e introducción
La necesidad del Evangelio
El Evangelio en relación con nuestros pecados
El Evangelio en relación con el pecado
El triunfo de la gracia
DIVISION II: Dispensacional, Capítulos 9 al 11: La justicia de Dios armonizada con su tratamiento Dispensacional
Cómo trató Dios a Israel en el pasado
Cómo trata Dios a Israel en la actualidad
Cómo tratará Dios a Israel en el futuro
DIVISION III: Aspectos prácticos, Capítulos 12 al 16: La justicia de Dios produce una justicia de orden práctica en el creyente

La conducta del cristiano en relación con los creyentes y con la gente del mundo
El creyente frente al gobierno y a la sociedad
El Tema y su Análisis

Es indudable que la Epístola a los Romanos constituye la declaración más científica del plan divino de la redención que plugo a Dios dar a los hombres. Dejando totalmente a un lado el asunto de su inspiración, podemos considerarlo como un tratado de inmensa trascendencia, de gran poder intelectual y que pone en fuga a las filosofías más brillantes concebidas por la mentalidad humana.




Es digno de notarse que el Espíritu Santo no escogió a un pescador indocto o a un galileo provinciano para desplegar toda la grandeza y majestuosidad de su plan de redención. Seleccionó a un hombre de perspectivas internacionales: a un ciudadano romano que era, a la vez, hebreo de hebreos; a un hombre cuya educación lo había familiarizado con la prosapia de la cultura griega y romana, que incluía historia, religión, filosofía, poesía, ciencias y música, además de los conocimientos minuciosos que tenía del judaísmo, tanto como revelación divina y cuerpo de las tradiciones rabínicas y las adiciones agregadas al depósito sacro de la LEY, los PROFETAS y los SALMOS. Este hombre, nacido en el altivo centro educacional de Tarso de Cilicia y educado en Jerusalén a los pies de Gamaliel, fue el vaso escogido para hacer conocer la obediencia a la fe y la gloria del evangelio del Dios bendito a todas las naciones, tal como se halla expuesto en esta carta inmortal.

Es evidente que fue escrita en algún lugar marcado por la trayectoria entre Macedonia y Jerusalén, probablemente en Corinto, como lo indica la tradición.

A punto de emprender el viaje que lo llevaría de Europa a Palestina para llevar la ofrenda provista por las iglesias gentiles para los judíos cristianos, que son hermanos suyos según la carne y en el Señor, el corazón del apóstol añora a Roma, “la ciudad eterna”, la señora del mundo antiguo, donde ya existe una iglesia cristiana que no es el fruto directo de los trabajos del gran misionero. Un número de los miembros ya lo conocen; para otros es un desconocido, pero anhela verlos a todos como buen padre que es en Cristo, y desea vivamente compartir con ellos el tesoro precioso que le ha sido confiado. El Espíritu ya le ha indicado que la voluntad de Dios ha preparado un viaje a Roma para él, aunque las circunstancias y el momento no le han sido reveladas. Así es cómo escribe esta exposición del plan divino y la envía por medio de Febe, una mujer piadosa, diaconisa de la iglesia de Cencrea, que ha sido llamada a Roma para cumplir cierta misión. La carta sirve el doble propósito de presentarla a los cristianos de esa ciudad y de ofrecerles el desenvolvimiento maravilloso de la justicia de Dios revelada en el evangelio de acuerdo con el testimonio confiado a Pablo. ¡Pensemos en la gracia divina que confía este documento incomparable a las débiles manos de una mujer en tiempos como aquellos! Toda la Iglesia de Dios ha sentido una gratitud inmensa hacia Febe y hacia Dios que vigiló todo el asunto, por haber preservado el documento valioso que ella entregó a salvo en manos de los ancianos de Roma y, por ende, a nosotros.

El tema de la epístola es la justicia de Dios. Esta epístola forma parte de un trío inspirado de exposiciones que reunidas proporcionan una exégesis sorprendentemente rica de un breve pasaje del Antiguo Testamento. El texto aludido se encuentra en Habacuc 2:4: “El justo por su fe vivirá”. Las tres cartas referidas son Romanos, Gálatas y Hebreos; cada una de ellas tiene como base este pasaje.

La epístola a los Romanos tiene que ver particularmente con las dos primeras palabras. Su mensaje, “EL JUSTO vivirá por la fe”, contesta el problema que plantea el libro de Job: “¿Cómo se justificará el hombre con Dios?”
La epístola a los Gálatas expone la palabra central del texto: “El justo VIVIRÁ por la fe”. El error de los Gálatas consistió en creer que la vida cristiana comienza con la fe y se perfecciona mediante las obras. El apóstol les demuestra que vivimos por medio de la misma fe que nos justifica. “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?”

La carta a los Hebreos gira alrededor de las dos palabras finales del pasaje: “El justo vivirá por LA FE”. Da énfasis a la naturaleza y poder de la fe, mediante la cual solamente camina el creyente justificado. Diré de paso que por esta única razón no abrigo la menor duda de que es paulina la epístola a los Hebreos, lo mismo que Romanos y Gálatas, después de haber examinado cuidadosamente los muchos argumentos que se esgrimen en su contra; y esta posición la confirma el apóstol Pedro en su segunda carta 3:15 y 16, porque es a hebreos convertidos a quienes escribe y a ellos Pablo también les había escrito.

La epístola a los Romanos puede dividirse fácilmente en tres grandes porciones.
– Los capítulos 1 al 8 son DOCTRINALES y ofrecen la Justicia de Dios revelada en el Evangelio.
– Los capítulos 9 al 11 son DISPENSACIONALES y tratan de la Justicia de Dios armonizada con su Tratamiento Dispensacional.
– Los capítulos 12 al 16 son DE ORDEN PRACTICO y ponen al descubierto que la Justicia de Dios produce en el creyente una justicia de Orden Práctico. Cada una de estas tres divisiones se subdivide en porciones menores y éstas en secciones y subsecciones.

Al someter el bosquejo que sigue, no hago nada más que ofrecerlo como sugerencia. Es posible que el estudiante meticuloso crea encontrar un plan más apropiado para cada una de las secciones, y es posible que le sea más fácil separar los varios párrafos en otro modo, pero yo sugiero el análisis siguiente como el que a mí me parece más sencillo y luminoso.

DIVISION I: DOCTRINAL (capítulos 1 al 8) — La justicia de Dios revelada en el Evangelio.
SUBDIVISION I (cap. 1:1—3:20) — La necesidad del Evangelio.
Sección A (cap. 1:1-7) — Saludos.
Sección B (cap. 1:8-17) — Introducción.
Subsección a (vers 8-15) — La mayordomía del apóstol.
Subsección b (vers. 16-17) — Presentación del tema.
Sección C (cap. 1:18—3:20) — Demostración de la impiedad e injusticia de toda la raza humana.
Subsección a (cap. 1:18-32) — La condición degradante de los paganos, el mundo bárbaro.
Subsección b (cap 2:1-16) — La condición de los gentiles cultos. Los moralistas.
Subsección c (cap. 2:17-29) — La condición de los judíos religiosos.
Subsección d (cap 3:1-20) — La totalidad de la acusación: abarca a todo el mundo.
SUBDIVISION II (cap. 3:21—5:11) — La relación que guarda el Evangelio con el problema de nuestros PECADOS.
Sección A (cap. 3:21-31) — La justificación por la gracia mediante la fe basada sobre una redención que ha sido terminada.
Sección B (cap. 4) — El testimonio de la ley y los profetas.
Subsección a (vers. 1-6) — La justificación de Abraham.
Subsección b (vers. 7-8) — El testimonio de David.
Subsección c (vers. 9-25) — Para toda la humanidad sobre el mismo principio.
Sección C (cap. 5:1-5) — La paz con Dios: su base y los resultados.
Sección D (cap. 5:6-11) — Resumen.
SUBDIVISION III (cap. 5:12—8:39) — La relación que guarda el Evangelio con el PECADO que mora en nosotros.
Sección A (cap. 5:12-21) — Las dos razas y las dos cabezas.
Sección B (cap. 6) — Los dos amos: el pecado y la rectitud.
Sección C (cap. 7) — Los dos esposos, las dos naturalezas y las dos leyes.
Sección D (cap. 8) — El triunfo de la gracia.
Subsección a (vers. 1-4) — Ninguna condenación: en Cristo.
Subsección b (vera. 5-27) — El Espíritu de Cristo en el creyente.
Subsección c (vers. 28-34) — Dios en nosotros.
Subsección d (vera. 35-39) — Ninguna separación.
DIVISION II: DISPENSACIONAL (capítulos 9 11) — La justicia de Dios armonizada con su tratamiento dispensacional.
SUBDIVISION I (cap. 9) — Cómo trató Dios a Israel en el pasado en la gracia de elección.
SUBDIVISION II (cap. 10) — Cómo trata Dios a Israel en el presente en la disciplina gubernamental.
SUBDIVISION III (cap. 11) — Cómo tratará Dios a Israel en el futuro en cumplimiento de las escrituras proféticas.
DIVISION III: ASPECTOS PRACTICOS (cap. 1216) — La justicia de Dios produce una justicia de orden práctico en el creyente
SUBDIVISION I (cap. 12:1—15:7) — Queda revelada la perfecta, buena y aceptable voluntad de Dios.
Sección A (cap. 12) — La conducta del cristiano en relación con los hermanos creyentes y con la gente del mundo.
Sección B (cap. 13) — La relación del creyente con los gobiernos del mundo.
Sección C (cap. 14) — La libertad cristiana y la consideración hacia los demás.
Sección D (cap. 15:1-7) — Cristo, el modelo del creyente.
SUBDIVISION II (cap. 15:8-33) — Conclusión.
SUBDIVISION III (cap. 16:1-24) — Salutaciones. APENDICE (cap. 16:25-27) — Epílogo: el misterio revelado.

Yo me permitiría subrayar a los estudiantes la importancia que tiene aprender de memoria el bosquejo que acabamos de apuntar, o algún otro análisis similar de la epístola, antes de estudiar la carta en sí, porque si no se fijan de un modo firme en la memoria las grandes divisiones y subdivisiones, se corre el riesgo de dejar la puerta abierta para que más tarde se infiltren interpretaciones falsas e ideas confusas. Por ejemplo: Muchas personas no se percatan que el problema de la justificación ha quedado resuelto en capítulos 3 al 5, y cuando llegan al capítulo 7 se muestran perplejas. Pero si se hubiera comprendido bien la enseñanza de los primeros capítulos, entonces se vería que el hombre que aparece en el capítulo 7 no pregunta nuevamente cuál es la posición del pecador delante de Dios, sino que está preocupado sobre el modo cómo el creyente santo debe comportarse en santidad. O cuantas almas se distraen casi por completo introduciendo problemas de caracteres eternos en el capítulo 9, que están totalmente fuera del pensamiento del escritor, y tratan de meter el cielo y el infierno en el pasaje como si ésos fueran los asuntos que están en juego, mientras Dios trata los grandes problemas dispensacionales de su soberana gracia electiva para con Israel, la repudia temporalmente como nación, a la vez que su gracia se vuelva de un modo especial hacia los gentiles. Menciono estos ejemplos en este momento para impresionar al estudiantado de la importancia que tiene el dominar “un bosquejo de conceptos sanos” cuando se estudia esta o aquella porción de la Biblia.

Me voy a permitir agregar una o dos sugerencias. A veces resulta útil el tener “palabras clave” que ayuden a fijar ciertas ideas en la mente. No ha faltado quien apodara muy apropiadamente a Romanos como “la epístola del foro”, lo cual me parece muy útil, porque en esta carta el pecador es conducido a la sala de audiencias, o sea al foro, el lugar del juicio, y allí se le pone a prueba y se demuestra su culpabilidad total y que no le queda nada más que hacer; pero que, mediante la obra de Cristo, se ha tendido una base nueva sobre la cual puede quedar justificado de todas las inculpaciones formuladas contra él. Pero esto no es todo lo que Dios ha hecho. Dios reconoce abiertamente al pecador creyente como su propio hijo, lo constituye ciudadano de una raza favorecida y heredero suyo, y pregunta directamente a los objetores: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” Toda voz silencia porque “Dios es el que justifica”, y no a expensas de la justicia y la rectitud, sino de pleno acuerdo con ellas. Esta posición explica fácilmente el uso de términos legales y judiciales, tan frecuentes en la argumentación.

En cierta ocasión se le preguntó a un pecador moribundo si le agradaría salvarse. — Por supuesto — contestó, agregando con toda sinceridad: — pero no quiero que Dios haga algo que no debe hacer para salvarme.— Por medio de la carta a los Romanos supo cómo Dios puede ser “el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Sin duda recordaréis cómo se expresó Sócrates quinientos años antes de Cristo. Dirigiéndose a Platón le dijo: —Es posible que la Deidad perdone los pecados, pero cómo lo hace, no lo sé —. Este es el problema que el Espíritu Santo trata de un modo tan amplio en esta epístola, y muestra que Dios no salva al pecador a expensas de su justicia. O sea dicho en otras palabras: si el pecador se salva, no es porque la justicia sea ladeada para que la misericordia triunfe, sino que la misericordia encuentra un camino por el cual la justicia divina queda plenamente satisfecha y el pecador culpable queda justificado ante el trono de Dios.

El apóstol Juan sugiere la misma verdad gloriosa cuando dice en su primera epístola 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Si dijera: “El es misericordioso y grande en perdonar”, nuestra mente pobre y finita encontraría el todo mucho más natural, antes de haber sido instruida divinamente por supuesto. Aunque el evangelio es el modo más maravilloso del desarrollo de la misericordia de Dios y exalta su gracia como ningún otro elemento puede hacerlo, con todo descansa sobre la base firme de la justicia que proporciona una paz tan estable al alma que cree a ese evangelio. Puesto que Cristo murió, Dios no puede ser fiel consigo mismo o justo con el pecador creyente, si condena todavía a quien confía en el que llevó sus pecados en su cuerpo en el madero de la cruz.

Es la justicia de Dios la que magnifica esta epístola a los Romanos y que fue lo que David exclamó cuando dijo: “Líbrame (o, sálvame) en tu justicia”. Fue meditando sobre este versículo que el alma ensombrecida de Lutero comenzó a ver la luz esplendorosa del evangelio. El podía comprender que Dios lo condenara en su justicia, pero su alma encontró paz cuando vio que Dios puede salvarlo en su justicia también. Indecibles miríadas de almas han encontrado la misma liberación de esta misma perplejidad, porque han comprendido que la gloriosa justicia de Dios que se revela en el evangelio tiene su contraparte de que Dios salva y permanece justo. Si no llegamos a ver este punto mientras estudiamos la epístola, perderemos el gran propósito que tuvo Dios al dárnosla.

Todavía tengo otra idea que os deseo presentar y que me parece de suprema importancia para quienes tratan de presentar a otros el mensaje del evangelio. Es ésta: Que en Romanos tenemos el evangelio que es enseñado a los santos antes que el evangelio predicado a pecadores inconversos. A mí me parece que vale la pena recordar este detalle. Para salvarse basta solamente confiar en Cristo, pero para comprender nuestra salvación y obtener el gozo y las bendiciones que Dios quiere que poseamos, es preciso que la obra de Cristo sea desplegada ante nosotros.

Esto es precisamente lo que el Espíritu Santo ha hecho en esta preciosa epístola. Fue escrita a personas que ya estaban salvadas para mostrarles los cimientos sólidos y firmes sobre los cuales descansa su salvación, es decir, la justicia de Dios. Cuando la fe apropia esta posición, toda duda y temor desaparecen y el alma entra en posesión de un gozo inefable.

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